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Una educación sin escuela

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UNA FORMA DIFERENTE DE APRENDER

 

 

 

 

N. Modinos (Redacción) Periódico Diagonal

Cuando lo habitual es una vida prediseñada, la alternativa se convierte en la vía directa para otro mundo posible.

Muchos criticamos múltiples aspectos del mundo en que vivimos. Desde el “así son las cosas” hasta intentar mejorarlas mediante la política, el asociacionismo, etc. En este margen encontramos por estos lares quienes aportan su trabajo desde la crianza sin escuela. Esta apuesta surge del convencimiento de la importancia de la infancia en la posterior actitud de las personas adultas y la incidencia, por ello, en la marcha de la sociedad. Como tratemos a los niños hoy, conducirán mañana la sociedad en consonancia.

Y no sólo mira al después, también el aquí y ahora: promoviendo unos aprendizajes que saboreen los contenidos, en vez de limitarnos a saberlos, y apostar por un pensamiento en marcha, desmarcado de ideas preestablecidas, sirve para ir deconstruyendo el poder arrollador del ideario único. Una educación sin escuela puede partir del deseo de una crianza que tiene en cuenta las necesidades naturales, y diferencia entre éstas y los convencionalismos. Un camino que surge de confiar en la vida, ya que nacemos con el instinto completo. Mediante una convivencia sin jerarquías, aunque las necesidades y capacidades sean diferentes, busca un acompañamiento durante el crecimiento que no signifique imponer unos criterios demasiadas veces debidos a simples miedos y costumbres.

Contra la enseñanza premeditada y orientada, está el aprendizaje que acaece, el suceder de las cosas, los aconteceres cotidianos que se convierten en guías didácticas naturales y espontáneas. No hay nada prefijado, con habilidad e imaginación una cosa lleva a la otra. El día a día va dando la confianza y evalúa el proceso, sin esperar un producto acabado ni elaborado más que por el propio protagonista. Una perspectiva distinta El currículo consta de dar más importancia al trato de las emociones, al entorno apropiado, a potenciar la búsqueda de los propios intereses, a desarrollar una sana socialización, a involucrarse en actividades colectivas, etc. Y no tanto a acumular datos memorísticos o analíticos, que siempre podrán adquirirse posteriormente.

Es gozoso vivir al hilo de sus descubrimientos y aprendizajes sin delegar. Pero es difícil cuando se siente el riesgo de hacer algo no reconocido y, a menudo, criticado; sin modelos que copiar, con el miedo a un resultado incierto, sin descansos, ya que el aprendizaje atraviesa todos los momentos de la vida. También es difícil compatibilizar los intereses de unos y otros cuando, pasados unos años, su necesidad de acompañamiento ya no es tan grande.

La alegría y felicidad durante la infancia, las relaciones de cariño y cooperación, el grado de reflexión, la participación en casa y en la calle, la sensibilidad hacia los sentimientos de otros y mantener siempre la curiosidad por aprender, son algunos de los “objetivos evaluables” de esta ‘sin escuela’. Aunque no se podrán sacar conclusiones definitivas ni podremos calificar cuantitativamente, porque no se puede compartimentar la realidad y porque los condicionantes y los efectos son transversales. La rueda del sistema educativo, social, global atropella el ánimo contrainstitucional de las personas.

Empezando por las carencias que nos inculcan, consiguen que, a base de simulacros y retales, traguemos carros y carretas desde los primeros años, preparándonos para legitimar y reproducir sus esquemas. Terminando por golpearnos con su autoridad si enfrentamos nuestros miedos, nombramos lo que sucede y osamos autodirigir nuestras propias vidas al margen de sus preceptos e instituciones. En este tema existe un cierto vacío legal ya que la educación es obligatoria, pero ¿significa eso escolarización? Si se tienen las cosas bien pensadas, no tiene por qué llegarse al caso o haber demasiado problema en abordar estos aspectos jurídicos. Más importante que esto puede ser compartir inquietudes y experiencias con personas afines o contar con el respeto de familiares, amigos, vecinos, docentes y gente en general, aunque muchas veces no estén de acuerdo. Imprescindible es el debate vivo con los más posibles y a menudo, buscar espacios y posibilidades para repreguntarse y actuar, que de ideas y opiniones ya saturaron la pizarra.


Aprobar en la escuela es fácil


La pugna por los programas educativos entre distintos grupos sociales y políticos, viene a demostrar que la escuela no es neutra. Está plenamente asumido que es un agente socializador. Digamos también que es el transmisor de la cultura. Completemos con que es un potente movilizador para un futuro individual determinado, los saberes técnicos. El conocimiento técnico se orienta desde y para el modelo en que se va a ejecutar: ¿Cómo podría educar para la cooperación en el libre mercado? No seríamos ‘competitivos’. La cultura se interioriza a pasos agigantados como un bien de consumo: ¿Tendría sentido una cultura del ser en vez de una cultura del tener? No sería ‘rentable’.

Aunque así lo intentara, es obvio que la escuela pierde progresivamente protagonismo como instancia socializadora. No tiene capacidad para proteger a la infancia de lo que se le viene encima. Una ciudadanía instruida, racional e ilustrada (decían algunos) es lo único que puede evitar la dictadura, la demagogia y la tiranía. El patente fracaso escolar hace palpable que no estamos en condiciones de defender la democracia.

O sí, si a la mona la visten de seda y organismos supranacionales no democráticos parten y reparten, mientras nosotros consumimos el circo mediático de una papeleta cada cuatro años que, en el escenario global, sólo son matices en las guirnaldas del pastel. Para esta socialización, para esta cultura, para este mercado, aprobar en la escuela es fácil.

 

 

LA PREGUNTA. “¿Y tú echas de menos al bailarín que podrías haber sido si tus padres te hubieran metido a una academia a los cinco años?”. (Pregunta a un adolescente sobre lo que podría echar de menos si hubiera ido a la escuela)

 

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