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La escuela en casa

Carlos Fresneda*
Chester acaba de cumplir ocho años y no sabe lo que es el cole...

¿Para qué perder el tiempo en la escuela? Mejor, estudiar en casa. El "homeschooling" empieza a arrasar en Estados Unidos: son un millón y medio de niños. En españa son "bichos raros".

Sus mejores amigos, Lucas y Craig, tampoco tienen la más remota idea. Viven en Nueva York, capital del mundo civilizado, y forman parte de una red local de niños sin escuela: sus padres han decidido que crezcan lejos del rigor académico, que aprendan a su ritmo y sin competitividad, que sacien su curiosidad leyendo, explorando un museo, empapándose de naturaleza...
"Y sobre todo jugando, que están en la edad", proclama la madre de Chester, Isabella Schwartz. "No entiendo cómo a un niño de ocho años se le puede forzar a sentarse seis horas en un pupitre. Tampoco me explico por qué se les bombardea con deberes, por qué se les obliga a memorizar conocimientos inútiles, por qué no se les deja ni cinco minutos a solas con su imaginación. Yo creo que un niño, a esta edad, aprende sobre todo a través de la intuición y del juego. Por eso he decidido no llevar a Chester al colegio". Hace 20 años, Isabella se habría ganado a pulso el estigma de enemiga de la sociedad. La habría denunciado algún vecino; la habrían amenazado incluso con retirarle la custodia de su hijo, como les ocurrió en tiempos a los pioneros del homeschooling. Hoy, pueden estar tranquilos. La escuela en casa es perfectamente legal en los 50 estados. Un millón y medio de niños han faltado este año al comienzo de curso y la cosa va a más. La revista Newsweek le dedica la portada al tema. Brotan decenas de publicaciones, redes locales de apoyo, directorios en Internet. La Universidad de Harvard da la bienvenida a las primeras generaciones de homeschoolers. Y actores famosos como Debra Winger y John Travolta deciden desescolarizar a sus hijos.
Aún hay voces que alertan contra las supuestas carencias de los sin escuela. Algunas de ellas, tan autorizadas como las del autor de La Inteligencia Emocional, Daniel Goleman: "Todo lo que sé lo aprendí en el patio de recreo".
Pero poco a poco, psicólogos y pedagogos van dejando a un lado los prejuicios, y hasta los asesores del Departamento de Educación, como Patricia Lines, se rinden ante la evidencia: "Estamos asistiendo a la reinvención de la idea de escuela. Nos encontramos a las puertas de una educación más abierta, mucho menos rígida, con infinitas posibilidades de aprendizaje fuera del sistema".
La madre de Chester sonríe cuando escucha a los expertos y recuerda los titulares alarmistas que acompañaron a los primeros casos (comparables a los que mereció Gabriel, el niño almeriense que estudia por Internet y que ha golpeado las conciencias de los educadores españoles).
"Aquí abrieron la brecha los padres ultrarreligiosos, preocupados por los valores que estaban inculcando a sus hijos en las escuelas", explica. "Luego se apuntaron los libertarios y los alternativos. Ahora te encuentras de todo, incluso gente que jamás pensó dedicarse a esto, padres y madres convencionales que llegan rebotados, después de una mala experiencia de sus hijos en la escuela".
Isabella, 43 años, llevaba rumiando la idea desde antes de tener a Chester. Su maestro en esto del homeschooling fue el venerado John Holt, autor de Enséñate a ti mismo. Holt sostiene que los niños son aprendices natos, y que los exámenes, las notas y hasta los mismos profesores no sirven más que para inhibir esa capacidad natural que muchas veces se acaba perdiendo. La mejor escuela, a su entender, está fuera de las aulas, y los mejores tutores son los padres, que más que enseñar deberán alimentar la curiosidad de sus hijos.
Con la lección aprendida, y con la ayuda ocasional de su marido Jim (masajista, como ella), Isabella dejó que Chester llevara la pauta. Y ante su asombro descubrió que el niño aprendió a leer casi por sí solo, con la misma naturalidad con la que empezó a hablar o a dar sus primeros pasos. La jornada extraescolar de Chester comienza sin prisas a eso de las nueve y media de la mañana. Si el tiempo acompaña, lo primero que hacen madre e hijo es media hora de gimnasia y estiramientos en Central Park. Vuelven a casa y leen una o dos horas juntos, con la pequeña Jemimah -tres años- revoloteando en la alfombra. Mientras la madre hace la comida, Chester pinta, o juega, o aprende a tocar la flauta.
Por la tarde es cuando ve a sus amigos Craig y Lucas: a veces en el parque, otras en la piscina cubierta o en el taller de artes plásticas al que se han apuntado. Con su padre -y con los otros catorce niños que forman parte de la red de homeschoolers- va todas las semanas a visitar algún museo, o a ver una obra de teatro, o de excursión a una granja cercana: clase práctica de naturaleza. Los viernes y los sábados, partido de béisbol.
"En unos meses le llevaré a Matemáticas, que es mi punto débil", admite Isabella. "Contamos con un profesor que da clase en grupos pequeños y tenemos también acceso gratuito a los ordenadores del colegio público. Pero aún es pronto para que el niño se deje los ojos en la pantallita; prefiero que desarrolle antes otras habilidades".
Y Chester, ¿qué opina? "En el béisbol tengo amigos que van al cole, pero siempre están muy ocupados y apenas tenemos tiempo para vernos entre semana... ¿Que si me gustaría ir a clase? Bueno, a lo mejor algunos días, pero todos seguidos no: creo que me cansaría pronto".
Cristina Lloyd, 20 años, estuvo en el colegio precisamente hasta los ocho, cuando sus padres decidieron desescolarizarla: "No guardo mal recuerdo de las clases; lo peor era que llegaba a casa agotadísima. Con el cambio, empecé a aprender mucho más rápido: mi padre, que es ingeniero, decidió trabajar menos y ayudarme con las ciencias. Como me quedaba bastante tiempo libre, me metí de voluntaria en la iglesia, en un hospital y en una asociación ecologista".
Cristina estudia Biología en la Universidad de Maryland. Superó con creces el examen de ingreso, y también el de socialización: "No he tenido ningún problema para adaptarme. Toda mi vida he estado rodeada de chicos y chicas de mi edad. La única diferencia es que nuestro punto de encuentro era siempre fuera de la escuela".
¿Y a tus hijos, los educarías en casa? "Uf, no sé. Yo les estoy muy agradecida a mis padres, pero es mucho trabajo, y casi siempre es la madre la que se sacrifica". "Al final te compensa", replica el padre, Bill Lloyd, portavoz del National Home Education Research Institute. "Lo mires por donde lo mires, no veo más que ventajas: los niños aprenden más y mejor, se crean lazos muy estrechos entre padres e hijos, los chavales tienen menos problemas emocionales y salen con un fortísimo sentido de responsabilidad y de independencia".
Desde 1993, cuando vencieron la última batalla legal, el número de homeschoolers se ha multiplicado por cinco en Norteamérica. La legislación varía mucho según los estados: unos obligan a exámenes periódicos para comprobar si el niño está a su nivel; en otros basta con el informe de un tutor. Los colegios públicos ceden sus bibliotecas y sus instalaciones deportivas a los sin escuela, y en Washington y Iowa se han abierto los dos primeros centros de recursos para padres de homeschoolers.
Canadá y Australia son terreno más que abonado para los sin escuela. En Hong Kong, Japón e incluso Egipto existen también asociaciones de homeschoolers. Gran Bretaña lleva la voz cantante en Europa y Francia es nuestro punto de referencia más próximo. En España, la objeción escolar está aún en pañales. Apenas medio centenar de familias, enfrentado a la incomprensión social y obligado incluso a dar la cara ante los tribunales (aunque los jueces siempre se han puesto del lado de los padres que no llevan al colegio a sus hijos por motivos ideológicos, algo muy distinto al absentismo escolar).
Con la Escuela hemos topado!", se lamenta Isabel Gutiérrez desde un remoto punto de la cornisa cantábrica. "A la gente le cuesta creer que la sociedad evoluciona. Hace diez años parecía impensable que se pudiera objetar al servicio militar, pero aquí estamos. A lo mejor dentro de otros diez ocurre lo mismo con la escuela, no lo sé". Isabel y Guillermo tienen tres hijos, dos de ellos en edad escolar. Pese a sus dudas, decidieron no llevarles a clase y confirmar por su propia experiencia que "el aprendizaje viene por sí solo y no como algo impuesto".
La madre pasa la mayor parte del tiempo con ellos; el padre la releva por las tardes... "Ningún día es igual. Los niños se despiertan a las nueve o así, se pasan mucho tiempo jugando, me ayudan con las tareas de la casa, leemos juntos, tejemos muñecos de lana. Hay rachas en que hacemos un trabajo más de escuela, y nos centramos por ejemplo en las matemáticas. El mayor lee muchísimo, a la niña se le da muy bien la cosa artística. Los dos están fascinados con la equitación: quieren saberlo todo sobre los caballos".
Isabel y Guillermo saben que sus vecinos les consideran raros, "pero nuestros hijos no son marginales, se relacionan con otros chicos de su edad y si no se ven más es porque sus amigos están ocupados, en clase o haciendo deberes".
En sus escasos ratos libres, Isabel colabora con Crecer sin Escuela, el boletín que sirve de punto de encuentro a padres e hijos objetores. Desde 1994, cuando se celebró el primer encuentro nacional, el grupo va en aumento, luchando por salir de la semiclandestinidad.
Desde Alicante, Péter Szil, psicoterapeuta húngaro afincado desde hace doce años en nuestro país, ha hecho todo lo posible por espolear el movimiento: "Mi decisión personal fue la de dar la cara, porque es la única manera de conseguir algo".
Péter tiene dos hijos, Lomi y Tolmi. El mayor fue a clase hasta los nueve años; un cambio de colegio le hizo virar accidentalmente de rumbo: "Decidimos probar a ver qué tal nos iba en casa, y descubrimos que el niño era feliz y que le surgieron inquietudes que antes no tenía. Para mí fue también mucho más gratificante: todas las energías que antes me dejaba intentando cambiar la escuela podía invertirlas directamente en él".
Uno a uno, Péter rebate los fantasmas que pesan sobre la objeción escolar. "Los niños no se pasan todo el día en casa; al contrario, gozan de mucha mayor libertad de movimientos que en la escuela. ¿Que si no socializan? Nos olvidamos que la sociedad existe desde mucho antes que la escuela. Mi hijo ha estado en los boy scouts, ha participado en talleres con gente de todas las edades, ha viajado todo lo que ha podido. La niña va desde muy pequeña a clases de música: aprendió a leer las partituras antes que las letras".
Péter rebate también el argumento más socorrido desde el flanco progresista: "No queremos restarle el mérito a la enseñanza pública, que ha cumplido una función vital en este siglo. Pero la sociedad cambia, y no es el primer logro social que se vuelve contraproducente por su uso masivo. No estamos pidiendo que desaparezcan los colegios públicos; simplemente que se reconozca el crecer sin escuela como una alternativa".
"La curiosidad es el hambre del aprendizaje", sentencia Péter, "y los colegios están provocando la anorexia cognitiva: niños que se han dado el atracón y acaban perdiendo el apetito por conocer".

http://www.el-mundo.es/larevista/m6/textos/escuela.htmlnull
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Carlos Fresneda.- Es periodista, colaborador habitual de Integral. Reside en Nueva York, compartiendo la corresponsalía del diario "El Mundo"

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