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Escolarización obligatoria y libertad de educación

Comunidad Escolar, Nº 698

 

El fenómeno de la "escolarización en casa", que supone la participación activa de padres y madres en la educación académica de los hijos, y consecuentemente la no asistencia de éstos al colegio, empieza a abordarse tímidamente en España. En el presente artículo, su autora analiza esta nueva e incipiente realidad.

 

                  

Lola Luengo

Profesora de la Escuela Oficial de Idiomas.

 

En sus inicios, hace ya  tres  décadas en EE.UU., Canadá y Australia, y en Europa en el Reino Unido, fueron razones religiosas o ideológicas las que llevaron a grupos reducidos de padres y madres a optar por esta vía educativa. Hoy en día, sin embargo, la mayoría de los padres y madres del más de millón y medio de niñas y niños escolarizados en casa actualmente en EEUU, o de los 300.000 en Europa aduce fundamentalmente razones pedagógicas y académicas para esta "objeción escolar", como es también denominada la educación en casa.


Declaran estos padres que decidieron plantearse la educación de sus hijos de otra manera tras reflexionar sobre la efectividad de los aprendizajes en los actuales sistemas educativos, sobre el excesivo acaparamiento que "los estudios" ejercen en la vida de niños y adolescentes, y sobre la ansiedad general que proyectan sobre la vida familiar durante de todo el periodo de escolarización.


Alentados por las nuevas corrientes pedagógicas y tecnológicas, llegaron al convencimiento de que si realmente padres y madres están dispuestos a dedicar la necesaria cantidad de interés y esfuerzo para llevar a cabo la "aventura de aprender juntos", muchas de esos aspectos negativos podían paliarse en gran medida cuando no se eliminase por completo con la escolarización personalizada y en casa. Añaden además que actualmente se dan las circunstancias suficientes y necesarias para considerar esta alternativa muy seriamente: el nivel de capacitación de los padres y la creciente accesibilidad a todo tipo de información y materiales educativos están facilitando de tal manera el proceso que la experiencia está resultando más sencilla y gratificadora de lo que pensaron en un primer momento.

 

 

Acusaciones de ilegalidad

 

Desde sus orígenes, este modelo educativo tuvo que hacer frente a la acusación de ilegalidad, con la consecuente demanda judicial contra los padres, por desacato de la legislación educativa correspondiente, que imponía la "escolarización obligatoria" como única vía legal para recibir una educación académica hasta los 16 años. Hoy sabemos que lo que este fenómeno realmente sacó a la palestra no fue educación en casa sí o no, sino educación fuera del marco único que impone la ley sí o no, convirtiéndose así en el germen que originó que cada vez más sectores de la sociedad en los respectivos países se cuestionaran la legitimidad y la constitucionalidad de la "escolarización obligatoria" tal como ésta había sido entendida hasta entonces.


Tras años de contenciosos con el ejecutivo, y avalados por los excelentes resultados académicos obtenidos por los jóvenes escolarizados "en casa" (primero en secundaria, y posteriormente en la universidad, valga de ejemplo el caso de la universidad de Harvard, que da admisión preferente a "escolarizados en casa" por su capacidad para el autoaprendizaje y la autodisciplina), y arropados por la creciente demanda social antes mencionada, cuestionando la legitimidad de la "escolarización obligatoria", los padres pioneros de la experiencia lograron que se fueran modificando las leyes en sus respectivos países hasta obtener el definitivo reconocimiento legal de la "escolarización en casa", abriendo las puertas así a otras vías educativas que no pasaran por la escuela obligatoria.
Paulatinamente otros países fueron modificando sus leyes en la misma dirección, y hoy en día son numerosos los Estados en que se puede optar "legalmente" por este tipo de educación, reconociendo así el derecho a la libertad de educación tal como se contempla en la Declaración Universal de Derechos Humanos. En nuestro país, por ahora, la legislación educativa no ha dado muestra alguna de sensibilización al respecto, aún cuando la mayoría de los países de la Unión Europea han dado ya su reconocimiento legal a la escolarización en casa.


Los padres y madres españoles que han decidido inclinarse por esta vía, han tenido que afrontar la acusación de ilegalidad por parte de inspectores y Ministerio, juicio incluido. Aún hoy, cuando los jueces españoles han confirmado que los padres que optan por este sistema educativo basando su decisión en consideraciones pedagógicas o académicas están simplemente ejerciendo un derecho fundamental recogido en la Constitución (Art. 27.3), ley de rango superior a las leyes educativas. La ley no distingue entre "no escolarización por abandono y desidia de los padres" y "no escolarización por intervención directa y activa de los padres en la educación de los hijos": ambas son igualmente ilegales. Lex, dura lex. No es de extrañar que, como sucedió antes en otros países, muchas personas encuentren claros síntomas de conflicto entre derechos y deberes en nuestra legislación educativa.


¿Qué ha sucedido para llegar a este punto en que un concepto que surgió para la defensa de un derecho humano fundamental puede llevar a la ilegalidad a aquellas personas que partiendo de la misma premisa, defender el derecho a la educación, intentan ejercer otro derecho igualmente fundamental: la libertad de educación?

 

 

Escolarización universal: un gran logro social

 

El siglo XX fue testigo de un consenso histórico sin precedentes: la aceptación generalizada de que las instituciones estatales de las naciones tienen en primera instancia dos campos de obligatoriedad: ofertar educación y sanidad públicas y universales de tal forma que todos los ciudadanos y ciudadanas de un país tengan la posibilidad de ejercitar su derecho a acceder a ambos servicios. Así nació el concepto de "educación como derecho universal", en teoría el mayor logro de la humanidad desde la abolición oficial de la esclavitud. Menos romántico, o para ser exactos nada romántico, es el origen de los sistemas educativos obligatorios actuales. Aún así, qué duda cabe de que si hoy tenemos los niveles actuales de conocimientos en nuestro mundo occidental es precisamente gracias a la implantación de esos sistemas educativos y quizás, quién sabe, a su "obligatoriedad". No debemos olvidar tampoco que en la práctica funcionaban realmente como una ley de "protección al menor", impidiendo la incorporación de los jóvenes al mundo laboral antes de los 14 años, y actualmente antes de los 16.


Pero los tiempos cambian, y las necesidades sociales cambian con ellos. Todos los inventos, los descubrimientos, las grandes ideas que revolucionan el pensamiento, e incluso los logros sociales, cumplen su función histórica, es decir nacen, crecen, se reproducen y dan pasos a nuevas formas de descubrimientos y logros. Sería impensable habernos quedado en la rueda, en la imprenta, o en las ideas de la ilustración, aunque efectivamente revolucionaron las formas de transporte, de difusión del conocimiento, y de organización social: fue precisamente porque ellas existieron y en función de lo que ellas nos dieron cómo hemos llegado a alcanzar formas más efectivas de transporte, de difusión del conocimiento, y de organización social.


Y la educación no es ajena a esta evolución natural de los fenómenos sociales. O por lo menos, no debería serlo. A nadie se nos escapa el avance social que supusieron las medievales escuelas gremiales, pero cuando a raíz de la revolución industrial surgió la necesidad de cualificar a los trabajadores para incrementar su producción, lógicamente tuvieron que dar paso a las primeras escuelas del siglo XIX, tal y como éstas posteriormente tuvieron que hacer con nuestras escuelas del siglo XX. Ley de vida.

Escolarización obligatoria: ¿un exceso de celo?

 

Ley de vida es por tanto también preguntarnos si ha llegado el momento de plantearnos si en estos tiempos de nuevas y plurales referencias sociales, culturales, tecnológicas y vitales, procede la imposición unilateral y unidimensional de en qué forma y plazos estamos obligados a enfocar nuestras necesidades educativas o las de nuestros hijos e hijas. Tanto más cuando la educación es precisamente la llave que abre la puerta de nuestra receptividad a esa pluralidad y apertura a nuevos modelos.

 


¿Es la escolarización obligatoria realmente la única vía para que nuestros hijos e hijas reciban una formación académica hoy en día?


Parece ser, según nos cuentan estos padres y madres, que no, que ya no es la única vía. Pero sí es la única vía "legal" en nuestro país: decididamente sólo el Ministerio de Educación y su actual Ley Orgánica de Educación, la LOGSE, que data de 1990, puede decidir (e imponer) qué, cómo, cuándo y dónde deben estudiar nuestros hijos e hijas. "Escolarización obligatoria" es la seña de identidad de la casa. Baste mencionar los casos Montessori y Waldorf, cuyas filosofías pedagógicas tuvieron que irse diluyendo progresivamente en España, para dar paso a los contenidos y programaciones curriculares de obligado cumplimiento, eliminando la posibilidad de acceso a cualquier corriente o influencia educativa que no fuera la marcada por el estado.


Y para mayor abundancia, Educación Secundaria Obligatoria, ESO, fue el nombre elegido para el tramo de 12 a 16 años. Podía, por ejemplo, haberse contemplado, entre otros, nombres como "Educación como Derecho Universal", EDU, (ahora podríamos oír "yo hago tercero de EDU, ¿y tú?").o incluso haberse mantenido el discreto pero reconfortante "Educación General Básica". Podía, pero no se hizo. Se eligió "Educación Secundaria Obligatoria", sin más atenuantes conocidos que lo de "y el que avisa no es traidor", que también es de agradecer.


Aún así, hay que reconocer que de todos los posibles adjetivos para calificar un derecho, y desde luego para calificar la educación, "obligatoria" es sin duda una elección poco afortunada, con tintes nada evocadores de la motivación y el estímulo que hoy sabemos imprescindibles para que puedan existir auténticos aprendizajes. Porque cuando decimos "educación obligatoria" ¿a qué nos estamos refiriendo exactamente? ¿obligatoria para quién? ¿ "obligado" a qué?


Entre la gente de a pie, estas preguntas generan primero una cierta incredulidad (¿cómo pueden preguntarse cosas tan evidentes?), después una cierta duda, y por último, muestras de cautela: "...pues el "obligado" es el Estado ¿no?, que debe garantizar que todas las personas puedan recibir una educación, y también el Estado "obliga" a los padres a escolarizar a sus hijos, y también los hijos están "obligados" a ir al colegio...o sea están todos "obligados",supongo que por eso se llama obligatoria.


Entonces ¿qué es lo obligatorio: estar escolarizado, garantizar que los hijos reciban una educación o recibir una educación? La cosa se pone realmente confusa, pues uno detecta, muy racional y razonablemente, que "le están mezclando" cosas que parecen derechos con otras que parecen deberes, sin saber exactamente desde qué ángulo "están intentando pillarle": "... bueno, es lo mismo ¿no?, si no es en la escuela ¿dónde vamos a recibir una educación? ", está claro, lo "obligatorio" es recibir una educación, aprender...


Pues no, no está tan claro. Mal asunto si todavía hoy, en el siglo XXI, tenemos que empezar el tema "obligando" tanto a tantos. Definitivamente, si lo pensamos empieza a estar cada vez menos claro. ¿Se está "obligado" a estar escolarizado y a recibir una educación? ¿O se tiene el derecho de estar escolarizado y de recibir una educación?

 


Nuestros derechos y nuestros deberes


Imaginemos por un instante qué sucedería si en este siglo XXI llegáramos a ser testigos de una experiencia similar en el otro campo de obligatoriedad de los estados: el de la sanidad. Dado que todos sabemos que efectivamente una dieta equilibrada y una cantidad adecuada de ejercicio físico son aspectos indispensables para mantenernos sanos, ¿podría darse el caso de que se nos viéramos abocados a tener una "alimentación y ejercicio físico obligatorios y universales" en aras de proteger nuestro derecho a una vida sana?


¿Tengo yo el derecho a poder acceder a una dieta sana y equilibrada o la obligación de tomar una dieta sana y equilibrada? ¿Tengo yo el derecho a realizar la cantidad de ejercicio físico necesaria para mantenerme sano o la obligación de realizar suficiente ejercicio físico para mantenerme sano? ¿se puede pensar en una "dieta obligatoria universal" o en una "tabla de ejercicios físicos obligatoria universal" impuestas por ley?


¿Y qué criterios se seguirían para los contenidos? Porque no olvidemos que todos tenemos diferentes constituciones, necesidades nutricionales, gustos, biorritmos, metabolismos... ¿Y sería sólo y exclusivamente el Ministerio de Sanidad quien estipularía por ley exactamente qué tipo de alimentos estarían permitidos, cómo habría que prepararlos, y cuando y en qué cantidad habría que tomarlos? ¿Y qué pruebas habría que pasar para obtener ese "certificado de alimentación sana y buena forma física", que es de suponer sería imprescindible para acceder a la vida laboral, y consecuentemente, qué duda cabe, también a la social?


Con todo lo deseables que resultan la salud y el ejercicio físico "chapeau" Aldous Huxley, por tu profético "mundo feliz". Quizás sea exagerado establecer una comparación entre ese hipotético caso de ficción sanitaria y nuestra situación educativa actual, pero no se puede negar que algunos aspectos presentan paralelismos que le hacen a uno pensar y preguntarse seriamente si sólo los legisladores educativos están en situación de saber qué conocimientos y qué aprendizajes necesitan nuestras niñas y niños, y además cómo, cuándo y dónde deben llevarlos a cabo? Y si fuera verdad que lo saben ¿implica eso que además pueden hacerlo obligatorio por ley y excluyente de cualquier otro criterio? Y si lo implica ¿garantiza eso el recibir una auténtica educación?

 

 

Escolarización y Educación ¿una misma cosa?

 

Saber sabemos todos que son cosas muy diferentes: no hay que ser pedagogo, ni legislador educativo, ni profesional de la enseñanza, ni siquiera padre o madre, y desde luego basta con ser estudiante para detectar que estos términos en la realidad no son exactamente sinónimos.
Porque vamos a ver: 8 horas diarias x 20 días lectivos durante 9 meses= 1440 horas por año x 10 años de escolarización obligatoria = 14.440 horas, que redondeadas a la baja por fiestas, puentes y posibles ausencias de unos y otros todavía nos dejan con unas jugosas 14.000 horas de escolarización obligatoria. De las horas y esfuerzos que hay que meter además "fuera de las horas escolares", mejor no entrar en cómputos ni detalles pero sabemos que todos, madres, padres y estudiantes, puedan dar buena fe de ellas. ¿Vivir para estudiar o estudiar para vivir? ¿Y están realmente recibiendo una educación? No siempre.


Las innumerables muestras de necesitar auxilio que está dando el sistema educativo, las quejas continuadas de unos ("no saben nada" "no aprenden nada"), y otros ("tengo miles de deberes", "tengo mucho que estudiar", "tengo tres exámenes mañana"...), y tantas otras señales apuntando a la saturación del sistema, no deben quedarse sólo en voces clamando en el desierto, ni en la descalificación indiscriminada del sistema, de los profesores, de los padres, de los alumnos.o de todos en general, ni en dar "más de lo mismo": más años, más horas, más asignaturas, más títulos, más másters...


Hay que mirar a la realidad de frente y saber decir: esto es lo que hay, la situación educativa actual necesita de algo más que parches. ¿qué podemos hacer para mejorarla? Y es natural que los padres quieran incluirse en ese "podemos". Podría considerarse positivo, incluso de agradecer, que intenten tomar la iniciativa. Tanto más si recordamos que en educación, como en palacio, las cosas van despacio, y que las soluciones a los viejos problemas y la inclusión de las nuevas corrientes tardan en llegar, lo que comprensible hasta cierto punto dada la magnitud de la elaboración de un proyecto educativo.


Tanto más, también, si pensamos que la nuestra es una de las legislaciones educativas europeas menos flexibles y menos abiertas, pues la presencia de optativos en la ESO puede considerarse estrictamente anecdótica, y las posibles combinaciones curriculares son simplemente inexistentes en el tramo de la secundaria obligatoria, apareciendo sólo posteriormente en un bachillerato no obligatorio: materias, contenidos de las mismas, y modos y plazos en que deben aprenderse son únicos y universales, para todos los niños y niñas de nuestro país, independientemente de sus capacidades, prioridades y expectativas personales.


Resulta por tanto doblemente restrictivo el que además se impida a los padres actuar en el único campo que les queda sin acotar: ayudar a los hijos a que encuentren una forma personal, beneficiosa y eficaz de aprender todo eso que ya les viene impuesto. Pues no, eso tampoco: sólo el profesor y el colegio pueden enseñar a nuestros hijos legalmente. Los padres podemos, eso sí, repetírselo todo otra vez a nuestro gusto por las tardes, en las escasas horas que les quedan para hacer sus muchos deberes tras la salida del colegio.

 


Dispuestos a vivir en la "ilegalidad oficial"


Indudablemente, mientras las cosas siguen así, será difícil saber cuántos padres y madres españoles se plantearían la educación en casa de no tener que pasar por la acusación de ilegalidad.


Por eso, vamos siendo cada vez más los que pensamos que necesariamente debe haber alguna otra actividad posible a la que inspectores y leyes puedan dedicar su tiempo y energías que no sea precisamente a dirigir sus iras contra aquellos que de forma más personal y directa tratan de involucrarse en encontrar posibles mejoras para una situación claramente mejorable, como es el caso de estos padres y madres que deciden educar ellos mismos a sus hijos.


Quizás sea pretender demasiado que esta batalla se salde a tiempo y sin sangre, por el mero reconocimiento y aceptación de que navegar con ese poderoso viento que es el signo de los tiempos es muchísimo más potente y efectivo que la bomba de neutrones, gracias demos a los dioses por ello.
O quizás, como en tantas otras cosas de la vida, sea simplemente una cuestión de número. ¿Cuántos padres tienen que pedirlo a gritos, o cuantas sentencias tienen que reconocer que no es un pecado querer educar a los hijos de esta manera para que se reconozca la "legalidad" de la escolarización en casa?


Y esperemos, sinceramente, que los números no tengan necesariamente que ser "números mortales" como con los accidentes de tráfico: ¿cuántos accidentes mortales son necesarios para que se cambien señalizaciones de cruce insuficientes o inadecuadas? Pues igual ¿cuántos "fracasos escolares mortales" son necesarios para dar la bienvenida a aquellos que se ponen ya a intentar hacer algo al respecto?.

 

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