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La escuela fuera de la Escuela

MIGUEL ANGEL SANTOS GUERRA
Catedrático de Organización Escolar de la Universidad de Málaga

 

Son numerosas las familias que practican este tipo de educación en el domicilio. Anualmente se reúnen todas las familias que, por una razón u otra, han decidido no enviar a sus hijos e hijas a los colegios convencionales. Las razones no son las mismas. Podríamos decir que hay tantos casos y razones como familias que toman decisión. Jaume Carbonell (1997) relata en Cuadernos de Pedagogía las experiencias de L´Alfàs del Pi (Alicante) y Oropesa del Mar (Castellón).

La familia de L´Alfàs de Pi, integrada por el padre, psicoterapeuta, y por la madre que se dedica a manualidades diversas. El mayor de los dos hijos, que por entonces contaban con 15 y 10 años, había estado durante dos años en una escuela pública. No le había gustado. “Era un problema, porque nunca tenía tiempo para hacer cosas en casa u otras actividades. Y no es que fuera mal, pero no me gustaba el colegio. Además, lo que se enseñaba no era muy útil” (Lomi, 15 años). La decisión de realizar la educación en el domicilio es producto de los problemas (aburrimiento, dolor de cabeza, tensión con los profesores…) que el chico encuentra cada día. Hasta que, al final, decide pedirles a los padres que no le envíen al Colegio. Así explica el padre la decisión de realizar la educación en el domicilio: “De repente descubrimos algo que antes no sabíamos: que él se encontraba muy a gusto en casa y que a nosotros nos habían regalado un hijo que estábamos a punto de perder. En septiembre nos dijo que aquello le gustaba mucho y que probáramos un año más. Y al año siguiente fue taxativo: de colegio nada. O sea, que nosotros entramos en esta experiencia porque queríamos respetar lo que él nos decía” (Péter, padre de Lomi y de Tomi).
Las preguntas, el aprendizaje compartido, la adaptación a cada ritmo, el ambiente afectuoso, el seguimiento individualizado, el respeto a la espontaneidad, la creencia en las capacidades de los niños son principios que sustentan una forma de aprender, libre de los corsés institucionales.”Si no vas al colegio hay un montón de cosas interesantes que aprender en la vida. Pero los niños que están en la escuela están fuera de la vida real, no saben lo que ocurre durante el día. Además, la escuela mata la curiosidad” (Péter, padre de Lomi y Tomi). No deja de ser curiosa la reacción de los padres ante el fracaso en los aprendizajes que la evaluación manifiesta en la escuela convencional. Si un niño escolarizado le pregunta durante un paseo al padre qué tipo de árbol es el que en ese momento están viendo, puede suceder que el padre ni tenga información ni trate de buscarla. Pero es probable que castigue al hijo ese mismo día porque suspendió un examen en el que le preguntaban por la flora de Oceanía. Como es característico de las pedagogías activas abundan los materiales de todo tipo en un taller que han montado en la casa: material de electricidad, pinceles y pinturas, telas y lanas, cueros, plumas, material para hacer velas, troncos…
En Los Madroños (Oropesa de Mar) vive otra familia que justifica la experiencia de educación domiciliaria partiendo de los problemas que genera la escuela convencional. Una escuela que absorbe mucho tiempo, que no permite jugar y que provoca tensiones poderosas.
“El niño pasa demasiadas horas en la escuela y eso le impide jugar, algo fundamental, ya que durante los primeros años de vida el niño aprende jugando y a partir de ahí adquiere conocimientos, fantasías y lo demás. Esto en la esuela no existe. No solamente el niño está en el Colegio de las nueve a las cinco de la tarde sino que, los padres le buscan tareas extraescolares y tiene que hacer los deberes” (Julio, padre de Esperanza, Aurora y Luz).

 

La escuela fuera de la escuela

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