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La antiescuela se multiplica en EE UU

TENDENCIAS / REPORTAJE
Domingo, 19 de febrero de 2006 EL PAIS > Suplementos > Domingo

VICENTE VERDÚ

Los años sesenta fueron los de una antiescuela que preconizaba Iván Illich en línea con la lucha contra la autoridad o la jerarquía de cualquier orden. Cincuenta años más tarde, en Estados Unidos, se extiende la moda de la antiescuela en las élites como alternativa a la imperante educación en serie.

Si el consumo se customiza, si el trato al cliente se personaliza, si los automóviles o las zapatillas pueden fabricarse a gustos de cada cual, ¿cómo mantener la producción de los ilustrados con un programa común? Si existen entrenadores personales para el pilates, coachs individualizados para la salud psíquica y, cada vez más, se espera la medicina y la farmacología individualizada, el rebrote del profesor particular pertenece a la misma onda.

 

Hasta hace poco, en Estados Unidos existía el llamado homeschooling -o escuela en casa- patrocinado por organizaciones o sectas religiosas. Para ellas, la ventaja central de impartir una educación completa en el hogar ha consistido en prevenir de contagios indeseables en el medio público. El pupilo era adoctrinado sin infectarse de ideologías agnósticas, se le protegía además del bulling y la violencia escolar en general, se le amparaba de la contingencia de un compañero asesino en serie o se le vigilaba mejor respecto al consumo de drogas. Lo público es en Estados Unidos un reino propicio al mal, mientras lo privado evoca los principios de la patria bendita.

 

Pero ¿un niño educado sin socialización? Los defensores del homeschooling sostienen que la socialización siempre llegará, tarde o temprano, y se realizará mejor sin ser víctima (o delincuente) como efecto de las sevicias que acechan en los medios escolares, desde la pérdida de la salud a la pérdida de la virginidad.

 

De otra parte, ¿no es el mayor problema actual la decandencia de la familia, su fractura y sus efectos devastadores? La escuela en casa, tal como se practica actualmente por más de un millón de familias, no incluye sólo a uno o varios profesores particulares sino a los padres que disfrutan de trabajos sin horarios fijos, que desempeñan tareas creativas, artistas, trabajadores y trabajadoras libres o a tiempo parcial. La flexibilidad de sus empleos se corresponde con la elasticidad de la educación que están recibiendo sus hijos, que no se atienen ni a horarios fijos ni a vacaciones en tiempos concretos. El aprendizaje tiene lugar como por accidente o negligencia, no mediante el orden, la disciplina y la regularidad.

 

La demanda del placer


¿Aprender jugando? Esta idea, muy querida por los teóricos de la educación en los tiempos del mayo revolucionario, regresa en nuestra época del consumismo maduro, cuando a la ética del esfuerzo y la espera ha sucedido la demanda del placer y la satisfacción inmediata.

 

La moral burguesa del capitalismo de producción tenía en su centro la virtud del ahorro, la contención del gasto para invertir más tarde y hallar la recompensa después. La moral del capitalismo de consumo invierte esta ecuación. Se consume ahora y se paga más tarde. Se obtiene el placer y se va subvencionando después, con entregas en cómodos plazos.

 

Y esto, que ocurre con la adquisición de objetos, también sucede, dentro de la misma cultura de consumo, en la adquisición del saber. Se trata de deleitarse en el aprendizaje como único modo efectivo de asumir el conocimiento (el sabor o el saber). Esta importancia del deleite como energía productiva escandalizaba al burgués tradicional que veía en este mundo una ocasión de penitencia para recibir los verdaderos bienes más allá.

 

Este mundo, sin embargo, ha dejado de ser aquel valle de lágrimas, fértil para la salvación, y se ha convertido en la única escena de gratificación segura. Lejos de conceder valor al sacrificio y la contención, lo relevante es la diversión. Al lema de "la letra con sangre entra" sucede la idea de que el saber sólo se absorbe si sabe bien. Sobre esta base se desarrollan las dulces enseñanzas a domicilio, privadas y no públicas, ondulantes y no orientadas, basadas en seguir el hilo de la demanda infantil antes que planes reglamentados.

 

San Agustín, antes de convertirse al catolicismo de su madre y en pleno periodo neopagano, cuenta en sus Confesiones los tormentos sufridos aprendiendo el griego y sus gozos introduciéndose en el latín. Con el latín, dice, me guiaba "la libre curiosidad" mientras con el griego "la necesidad obligada".

 

De la libre curiosidad se alimenta también la filosofía de la escuela doméstica, variada, surtida como un mosaico, divertida e iterativa a la manera del modelo que corresponde a la cultura de consumo donde se cambia de objeto a cada instante y se avanza mediante experiencias heterogéneas, con un empleo y otro, una residencia portátil y una pareja desprotegida de la institución.

 

Migajas políticas fue el título que Hans Magnus Enzensberger eligió en 1982 para publicar una colección de ensayos entre los cuales se encontraba En defensa del profesor particular. Frente a la institución escolar con su dotación de edificios normalizados, Enzensberger trazaba un plan basado en profesores particulares para grupos de cinco a siete alumnos que recibirían las lecciones en una otra vivienda donde, de paso, aprenderían los unos de los hogares de los otros. El autor no precisaba si esos hogares pertenecían a obreros o a médicos y artistas, pero su juicio de la escuela pública no daba lugar a ninguna ambigüedad. La llamaba "lugar de opresión que no ha sido ideado ni por escolares ni por maestros, y en el que ambos grupos nunca tuvieron nada que decir. Sus construcciones fueron y son arquitectura de poder. Antes se asemejaban a colegios militares de poca monta, hoy parecen residencias fabriles".

 

Pantallas domésticas


Pero, efectivamente, cada vez menos gente desarrolla su labor en las naves de las fábricas. La manufactura sólo ocupa a un 10% o un 15% de la población en los países más desarrollados, y el resto, excepto un resto agrícola, se desenvuelve en el sector servicios, donde crece sin cesar el trabajo fuera de las oficinas, las conexiones desde cualquier lugar, incluida, efectivamente, la propia casa. ¿Será la enseñanza extraescolar el futuro de la enseñanza? Lo está siendo efectivamente ya en formidable medida, puesto que los impactos que forman la personalidad y los medios que informan son más fuertes, importantes y numerosos, en las pantallas domésticas que en las pizarras, fuera que dentro de las aulas.

¿Lo será por completo?

A la objeción de que una enseñanza particular con grupos de cinco a siete alumnos sería muy cara responde Enzensberger argumentando que, en su país, sólo un 60% del gasto para el sistema educativo público se invertía en personal. El restante 40% se empleaba casi íntegramente en la construcción y mantenimiento de los edificios escolares. Y a esto había que añadir además las subvenciones para transporte de alumnos y los costes para la burocracia, todos ellos susceptibles de ahorro mediante el nuevo sistema. Todo ello sin contabilizar el provecho que se obtendría destinando las escuelas vacías a otros fines sociales como asilos de ancianos, viviendas para los sin casa o centros de salud.

 

Pero ¿podría llevarse a la práctica un proyecto de esta naturaleza sin un grave trastorno de la cultura en general? El fenómeno se encuentra hoy mucho más favorecido por el acceso a las incontables fuentes de saber a través de Internet, por la extensión de los videojuegos educativos que, por ejemplo, ya emplean en sus asignaturas la tercera parte de los profesores del Reino Unido y a través de los cuales se avanza tanto en el conocimiento de la historia como en el alivio de la obesidad mórbida de los alumnos.

 

La interacción es la base del conocimiento o la curación. Pero, al lado de esta nueva manera de crear, asumir o intervenir ¿no parece demasiado pasiva la clase tradicional? ¿No parece demasiado mostrenco el sistema de alistar a unas decenas de estudiantes en la rigidez de un aula? Todo lo que se debata hoy sobre la enseñanza se confundirá enseguida con la más directa investigación de un nuevo sujeto y una cultura en mutación, inconteniblemente en marcha.

 


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