Por otro modelo educativo
El autor analiza en este extenso y profundo artículo algunos de los problemas y las consecuencias sociales que genera la concepción educativa imperante hoy en día. Defiende que la educación debe basarse en la sabiduría, en la inteligencia y no en el conocimiento pasado y memorizado.
Koldo SARATXAGA Presidente de «gbe-ner elkartea»
Desde el inicio de la creación de «gbe-ner elkartea», la mayoría de sus componentes sentimos una preocupación especial por la educación.
Somos conscientes de la diversidad humana: no hay dos personas iguales en la Tierra y, además, todos cambiamos de un día para otro. Qué maravilla. Junto a esta realidad biológica, la práctica muestra que la mayoría de las personas responden a formas de actuación muy estándares y repetitivas, y que existen como unas reglas de comportamiento, no escritas, en función de dónde estés en la sociedad, de dónde te sitúes en la organización piramidal en el mundo del trabajo. Aunque parece que somos personas libres y todas diferentes, actuamos como manipulados, como teledirigidos.
Ir a contracorriente, opinar lo contrario, crear formas o estilos diferentes en las relaciones sociales crea un cierto malestar en ciertos entornos de poder o control. No interesa hacer pensar, por cierto, harto difícil, no interesa que las masas se vuelvan críticas.
A las organizaciones que componemos «gbe-ner elkartea» de entrada nos une un estilo de relación empresarial diferente. Diferente tanto entre nosotras como a nivel interno entre las personas que las conforman. No se trata más que de crear un estilo organizativo basado en personas libres y responsables que trabajan en equipos, es decir, que dialogan, y con un claro enfoque a los clientes, la eficiencia y la sociedad. Sin embargo, es considerado por la mayoría de los empresarios y altos ejecutivos como casi imposible, opinan que las personas no responden.
El estilo que nos une supone un gran cambio cultural y una revolución en las relaciones laborales, ya que el proyecto se convierte en único tanto para la propiedad como para las personas que lo comparten trabajando.
Para que todo esto deje de ser algo atípico, debemos analizar el modelo educativo y comprender cuáles son las claves para lograr una sociedad más igualitaria, más comprometida, más crítica, más generosa, más dialogante, más creativa... Por supuesto que el periodo educativo primordial son los primeros años de nuestra vida, los siete, los catorce; en ello centraremos las ideas en la parte final del artículo. Pero, aguas arriba, y con el fin de visualizar adónde hemos llegado por ese mismo conducto de la educación, conviene recordar lo que a otros niveles, de forma alarmante, se ha convertido en un salvoconducto para una parte muy selecta de las personas: los MBA, los ya clásicos másteres de toda forma y fondo. Entendemos que se ha llegado a un hacer educativo cuya misión está fuera de los valores básicos que cada vez más la sociedad necesita -dejando claro que toda excepción confirma la regla-.
Se encuentran reflexiones muy interesantes, en línea con lo comentado, en la lectura de «MBAs ¿Ángeles o Demonios?» de Juanma Roca, un excelente trabajo. En la propia introducción se indica que «si quieres ser alguien en el mundo de los negocios, o pasas por una escuela de negocios o no tienes nada que hacer». También son relevantes las palabras que cita el decano de la HBS (Harvard Business School), unas de mediados del 2007, cuando valora: «Nunca un MBA ha sido tan necesario como ahora», y las otras de sólo dos años más tarde, cuando afirma: «Nunca el mundo había necesitado un liderazgo con principios». Constituye un buen mea culpa, después de ver los desastres a los que muchos de esos excelentes alumnos, con su poder y codicia, han llevado a la sociedad. Todo queda dicho entre ambas frases. La pregunta es, ¿era necesario pasar por esta situación, que sufren exponencialmente los más débiles, para saber que los valores deben impregnarlo todo, que toda responsabilidad debe estar basada en la ética?
Es llamativo este contraste del responsable actual de la universidad centenaria más prestigiosa del mundo, la que hace un siglo esculpió en su entrada «Entra para crecer en sabiduría» y en el reverso de la misma «Parte para servir a la humanidad». Ha pasado un siglo para volver a sentir las raíces, para observar el gran daño que unos pocos han creado y están creando en este mundo cada vez más desequilibrado. Otra cosa será la capacidad de cambio que ahora, entre todos, y ante la necesidad imperiosa, seamos capaces de lograr.
Hay una élite mundial que en las últimas décadas, con este tipo de educación, ha perseguido, de forma generalizada dos razones clave, a pesar de su alto coste tanto en dinero como en tiempo: dar un salto considerable en la trayectoria profesional -poder- y, al mismo tiempo, aumentar el sueldo -dinero-.
Desde el punto de vista práctico, es una enseñanza basada en el «método del caso», es decir, en el análisis de historias ocurridas. Sobre ello, Henry Mintzberg decía en 2008: «No puedes decir a la gente que tome decisiones sobre un tema a partir de la lectura de veinte páginas. Pueden leer el caso, pero, desde luego, no conocen ni la empresa, ni las personas, ni su cultura... ¡No conocen nada para la toma de decisiones!». [Uno de estos casos en HBS es Irizar]. Insiste Mintzberg: «El caso se basa en experiencias de otros y siempre del pasado». Esto es muy interesante de analizar, ya que es el método tradicional de la mayoría de la educación imperante. Lo mismo subraya Roger Schank: «El caso es una forma de enseñanza pasiva basada en la escucha», y por tanto, propone pasar al «aprender haciendo».
También los profesores Mihnea C. Moldoveanu y Roger L. Martin, en su obra del 2008 «The Future of MBA», al entender que se requieren personas diferentes para liderar las organizaciones del futuro, concluyen: «El MBA tradicional ha primado el conocimiento teórico sobre el conocimiento experimental, sobre la experiencia real en el terreno, es decir, demasiadas lecturas y casos y poco trabajo práctico». Estos autores abogan por lo que denominan el «MBA 3.0», muy alejado del de los últimos años y más que nunca basado en el diálogo.
Sin embargo, ya en 1959, en el Informe Pierson, se criticaba con dureza a las escuelas de negocios por incluir en sus programas un currículum demasiado estrecho de miras y orientado en exceso al mercado. En el mismo se indicaba lo que debe ser la auténtica educación de negocios: «Adquirir un conocimiento general sobre su campo de interés, desarrollar su capacidad de razonamiento, potenciar una serie de valores, ayudar a comunicar de una forma más efectiva, así como a tener una mentalidad crítica, analítica y de constante búsqueda, y un código de ética que incluya honestidad, integridad y un enorme respeto por los derechos de los otros».
Si hace un siglo quedó esculpida la misión de lo que implicaba el paso por una escuela de negocios, y si medio siglo más tarde se recordaron principios parecidos ante la pérdida de rumbo, ahora, otro medio siglo después, es necesario insistir con fuerza y exigencia que ya vale de atropello a los débiles, que ya vale de atropello a la sociedad.
Las crisis que tanto en este momento se proclama y siente, tristemente con resultados diferentes -ya que estamos viendo cómo las marcas de lujo baten récords de venta y beneficio en este año-, no explota en 2007 por un error de alguien o algunos, sino por la manera de «hacer para tener» de quienes han ostentado el poder y han servido de ejemplo a muchos miles de «listillos» repartidos por todas partes, los cuales pueden tener de todo menos ética social. Pero triste es que desde las más altas instancias educativas, las prestigiosas escuelas de negocios a nivel mundial, que también han alcanzado beneficios extraordinarios, se alimente todo menos una preocupación por la humanidad en general. Es un modelo competitivo desde el origen y crea un sistema social interactivo basado en «sacar ventaja», «obtener beneficio», «lograr lo máximo» y «la supervivencia del llamado más apto».
Dicho esto, y siendo conscientes de que las mencionadas instancias se están replanteando el cómo continuar en el futuro, acerquémonos a nuestro entorno más próximo, a nuestras organizaciones en general, a las llamadas empresas, y veamos en qué conceptos se basan para tratar de dar soluciones definitivas a las oportunidades que siempre existen. Conceptos que no significan lo mismo para cada uno de los mortales ávidos de pócimas, técnicas o herramientas milagrosas capaces de suplir su falta de liderazgo e incluso de capacidad de gestión.
Debemos darle mucha importancia a la terminología, al uso de ciertas palabras, y procurar e insistir en que se comprenda su fondo y de esa manera nos ayuden a la comunicación y al logro de lo que nos une.
Estamos pasando, principalmente en la última década, por una situación en la que, como una moda, la solución a las carencias internas de evolución en las organizaciones consiste en la aplicación de la última técnica o herramienta de gestión. Como ejemplo, una reciente fue la «gestión del conocimiento». Ahora estamos en algo mucho más elevado y salvador, algo definitivo: «la innovación».
Algunos pocos hemos situado, desde hace décadas, a las «personas» por delante de las modas, las técnicas, las herramientas y las palabras que no nos dicen a todos lo mismo, porque no queda muy claro el cómo de lo que encierran. Es muy sencillo cuando se cree en las personas de verdad y se está cómodo con ellas y entre ellas, cuando se trata con todas y se decide con todas ellas, pero no tanto cuando se quiere aplicar todo esto como una herramienta, como una inversión y, más aún, como un proceso más de los muchos existentes.
Sin embargo, continuamos viendo, con gran pesar, que no sólo los maduros empresarios o ejecutivos, sino también los que se autodenominan emprendedores, los jóvenes ejecutivos, no acaban de asimilar que sea necesario compartir y decidir entre todos sobre lo que es suyo o sobre el poder de la jerarquía que ellos tienen. Bien analizado, lo cierto es que el conocimiento es propiedad de las personas, como la innovación es consecuencia de la capacidad innata de creatividad de esas mismas personas, las cuales lo aportarán con ilusión si sienten que el proyecto es suyo y no porque el proceso, el procedimiento o la moda lo impongan. Luego, por mucho que nos empeñemos en buscar fórmulas mágicas, que pretenden encerrar las modas de la gestión empresarial, no será suficientemente inteligente si no se cuenta con la voluntad de las personas con las que se debe convivir.
Debemos de pensar que, como consecuencia de la cultura imperante, del modelo organizativo hoy común, no sólo a nivel empresarial, organizacional, sino incluso a nivel social, unas personas están para mandar, decidir -son los capaces, son los que más saben-, y otras, que incomprensiblemente son la mayoría, están para obedecer y dejarse llevar por esa «clase superior». Realmente, son dos docenas de multinacionales del consumo, los políticos de turno, los medios de comunicación a medida de cada nivel de evolución de pensamiento, los insaciables de la banca, algunos pocos intelectuales, los «vivos» o caciques del barrio... siempre unos pocos y siempre capaces de manejar a todo el resto. Porque pasan las décadas, los siglos, y siempre unos pocos son los que tienen la sartén por el mango.
Todo esto tiene que ver con un modelo educativo que tildaríamos de caduco, salvo honrosas excepciones que atienden a minorías, que no permite ver nuevas formas que transformen y por las que evolucione la sociedad en su conjunto.
La cuestión es si resulta adecuado pensar que el significado de la educación consiste en transmitir conocimiento teórico acumulado por la familia, la sociedad y el mundo. La educación tiene poco que ver con el conocimiento y sí con la sabiduría, ya que ésta es el conocimiento aplicado. Estamos enseñando a los niños qué deben pensar en vez de cómo pensar. Al darles conocimiento teórico, se les está indicando qué pensar en sus vidas que inician, aquello que actualmente pensamos como cierto quienes estamos en la toma de decisiones. Cuando se les da sabiduría, se les indica cómo obtener su propia verdad y, por tanto, cómo ver y querer la evolución.
Esto no quiere decir que no sea necesario transmitir un cierto conocimiento de unas generaciones a las siguientes, pero este tipo de conocimiento tiende a perderse y la sabiduría nunca se olvida.
El origen de esta situación está en evitar que las nuevas generaciones tengan un generalizado pensamiento crítico, ya que de esa forma se presentarían más cambios sobre las costumbres y formas establecidas, sobre quienes ostentan el poder lleno de normas y leyes. Esto nos mantiene en un sistema educativo que desarrolla la memoria y no las capacidades y las destrezas de los alumnos en general y de cada alumno en particular. Es una trayectoria que el paso del tiempo y los nuevos gobiernos simplemente maquillan, y que hace que la mayoría de la sociedad esté sumergida en la ignorancia, ya que, por otro lado, tampoco se dice la verdad sobre el pasado. No se enseña la verdad de la historia, sino política, que no deja de ser un punto de vista de un sector sobre lo que realmente sucedió.
La historia revela, la política justifica. La historia descubre, la política encubre.
Esto nos lleva a creer que una gran parte de la sociedad ni siquiera desea que sus hijos conozcan los hechos más básicos de la vida. En realidad, el conocimiento logrado, lo desarrollado, lo conocido debe ser el punto de partida y no el camino para recorrer en el futuro, no la norma que seguir y obedecer para así no tener que pensar o cuestionar. Por el contrario, sólo debería ser el principio para que los alumnos se planteen pensar en libertad qué soluciones darían, cómo lo resolverían, qué mejores salidas se pueden proponer. Se trata de que ellos tracen ya su futuro y por parte de los mayores admitir sus críticas.
En general los programas actuales en la educación no están diseñados para su discusión, sino para su explicación, y por eso las aulas no son lugares de debate y discrepancia sobre los hechos que se tratan. Sólo tenemos que ver que siguen pasando las décadas -y esto es un mal global- y las aulas continúan pareciendo cines, donde unos se sientan detrás de otros y únicamente el actor o la actriz en las aulas, los profesores, son quienes tienen voz y criterio, casi siempre desde una altura superior.
¿Cuándo llegará el momento en el que, al hablar de infraestructuras, que tanto gasto inadecuado, y juego político -y por tanto votos- han dado, pensemos en las infraestructuras de la educación? Tristemente, los políticos, aparte de tener un ilógico mandato para cuatro años, no sienten la presión y la necesidad de la mayoría de los padres, que por un lado no han sido educados para la crítica y, por otro, se ocupan y preocupan de que el camino por el que circulan con su vehículo sea cada día más amplio y rápido. Tenemos una sociedad muy agradecida con las formas y muy poco formada para las críticas constructivas en los temas de fondo.
Como este estilo crítico no se trata con normalidad dentro de las aulas, a gran parte de la sociedad le asustan las ideas espontáneas de la juventud, por cierto, cada vez más escasas, que no coinciden con las suyas y que les parece llevarán al mundo de mal en peor.
Pero no nos engañemos, que no son ellos, los jóvenes, quienes agotan la capa de ozono, quienes destruyen los bosques, quienes explotan a los pobres en fábricas por el mundo, quienes ignoran los problemas de los débiles y oprimidos, quienes permiten que tantas personas mueran de hambre cada día, quienes fijan unos impuestos que en una parte relevante emplean para la guerra, quienes participan en una política de engaño y manipulación; no son quienes establecen un sistema de valores que defiende el poder para el más fuerte y que le admira por tener poder y dinero, no son quienes defienden que los problemas se solucionan con violencia y para ello fortalecen la seguridad en lugar del diálogo y la paz.
Los jóvenes a los que se les critica que son violentos, que son materialistas, que son irresponsables, sin falta de valores no dejan de ser más que el ejemplo de lo que ven en su entorno de mayores, donde no se les permite tempranamente participar.
Pensamos que la educación debe estar basada en las grandes realidades que nos aportan la naturaleza, la ciencia y la historia. Desde luego que para un desarrollo singular del alumno se necesitan escuelas que no alienten la competencia, que no recompensen al mejor, donde el aprendizaje no esté basado en la memorización de materias estáticas. Los niños deben aprender conceptos lógicos y pensamiento crítico, solución de problemas mediante su natural creatividad.
Se hace necesario acuñar, de forma generalizada, unos planes de estudios basados en valores como la honestidad, la responsabilidad, la tolerancia, la igualdad, la sencillez, la humildad... todo aquello que les ayude a sentirse cómodos como personas y les facilite un mayor grado de bienestar, de bienestar interno.
Sobre el repetido dilema de si la educación en casa o en la escuela, nos decantamos claramente por la «nueva escuela», ya que los padres sólo pueden transmitir lo que ellos recibieron de generaciones pasadas. En cuanto al ejemplo de sociedad que actualmente existe, es generalizado que no satisface y no lo queremos para el futuro, que no lo deseamos para nuestros hijos y nietos. Sin embargo, no sabemos cómo cambiarlo, no tenemos tiempo para hacerlo, no hemos interiorizado que debemos hacerlo.
Nos orientan en el periodo educativo a que debemos aprender para tener el tipo de trabajo y de profesión que necesitamos para poder ganar más dinero, como posibilidad de consumir más y tener un mayor estatus en la sociedad, pero tras miles de años no sabemos solucionar conflictos sin amenazas y violencia, no sabemos vivir sin temores y limitaciones impuestas, no sabemos actuar sin egoísmos, sin ser más listos, sin tener que ser los mejores, sin comprender que es más importante ser que tener. [«No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita». Es triste que tan hermoso contenido sea un inteligente anuncio de una exitosa marca comercial]. No sabemos cómo amar sin condiciones porque, entre otras cosas, nos han constreñido y deformado el sentido de ello.
Como resumen, desde «gbe-ner elkartea» las organizaciones que hoy la componemos queremos ayudar, queremos iniciar si fuera necesario, queremos encontrarnos con quienes sienten la necesidad de dar comienzo a una nueva sociedad en la que el cambio del modelo educativo sea la base.
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