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Pensamientos acerca de la Educación.- John Locke

Locke John, Pensamientos acerca de la educación (1693), Capítulo 70: "Sobre las ventajas de una educación doméstica" (Traducción española de José María Domenech Pardo, 1982), La Biblioteca Humanitas de Historia, Editorial Humanitas, Calle Malgrat 99, Barcelona.

Supongamos entonces que la mente sea, como decimos, papel blanco, ausente de todos los símbolos y de todas las ideas; ¿cómo es que se llena de ellos? ¿De dónde le llega esa inmensa colección que la activa e ilimitada inclinación humana ha pintado en ella con una variedad casi infinita? A esto contesto con una sola palabra: de la experiencia, en la que se funda todo nuestro conocimiento y de la que, en última instancia, todo él se deriva.

Como ya he dicho, la sociedad conveniente a los niños es el hogar. Casi estoy dispuesto a detener mi pluma y a no importunaros más sobre este asunto, porque, puesto que el ejemplo y la sociedad, en efecto, tienen más influjo que todos los preceptos, que todas las reglas y todas las instrucciones, pienso que es casi enteramente inútil hacer un largo discurso sobre otras razones y hablar más de ello sin ningún propósito. Pero estaréis dispuestos a preguntar: ¿Qué haré yo con mi hijo? Si lo retengo siempre en casa corre peligro de convertirse en un pequeño señor, y si le envío fuera de casa, ¿cómo puedo librarle del contagio de la rudeza y del vicio, que tan de moda está por todas partes? En mi casa se conservará más inocente, pero también más ignorante del mundo; acostumbrádose a no cambiar de compañía, y viendo constantemente las mismas caras, será, cuando llegue al mundo, un ser tímido u obstinado.

Confieso que por ambos lados existen inconvenientes. Educado fuera de casa, el niño se hará, es verdad, más atrevido y más capaz de valerse entre los niños de su edad, y la emulación de los compañeros dará más vida y habilidad a su joven espíritu. Pero hasta que encontréis una escuela en la que el maestro tenga tiempo para vigilar las costumbres de sus discípulos y en la que la experiencia os pruebe que pone tanto cuidado en darles una buena educación y en formar su espíritu en la virtud, como en acostumbrar su lengua a los idiomas clásicos, mostraréis, forzoso es convenir en ello, un extraño amor por las palabras si, prefiriendo el lenguaje de los griegos y los romanos a las cualidades que hacían de ellos gentes valerosas, estimáis que vale la pena de exponer, por un poco de griego y de latín, a todos los azares de la vida común la inocencia y la virtud de vuestro hijo. En cuanto al atrevimiento y a la seguridad que los niños pueden adquirir en el colegio, en la sociedad de sus camaradas, se mezcla ordinariamente con tanta grosería y tanta presunción, que con frecuencia se ven obligados a olvidar cosas poco convenientes y malsanas. Desde que entran en el mundo, los hábitos adquiridos en el colegio tienen que desaparecer y dar lugar a mejores usos, a maneras verdaderamente dignas de un hombre bien educado. Si se considera hasta dónde el arte de vivir y de conducir, como se debe, sus asuntos por el mundo es radicalmente opuesto a estos hábitos de petulancia, de malicia y de violencia que se aprenden en el colegio, se convence uno de que los efectos de una educación privada valen infinitamente más que las cualidades de este género y que los padres deben retener a sus hijos en la casa para preservar sus inocencia y su modestia como virtudes que se aproximan más a las de un hombre útil y capaz, y lo preparan mejor. Nadie ha pensado ni aun sospechado jamás, que la vida tímida y retirada que se impone a las niñas haga de ellas mujeres menos instruídas o menos capaces. El trato social cuando se acerquen al mundo, les dará pronto una satisfactoria seguridad; y todo lo que el carácter pueda tener de rudo y de violento debe procurarse apartarlo del hombre, porque el valor y la firmeza no reposan, a mi juicio, en la rudeza y la mala educación.

La virtud es cosa más difícil de adquirir que el conocimiento del mundo, y, si la pierde el joven, es difícil recobrarla. La pusilanimidad, la ignorancia del mundo, que son los defectos imputados a la educacion doméstica, no son las consecuencias necesarias de la vida familiar, y, en todo caso, aunque lo fuesen, no constituirían males incurables. El vicio es ya un mal más tenaz y más incurable; y, por consiguiente, del que hay que defenderse en primer lugar. Si conviene prevenir con cuidado esa muelle blandura que enerva frecuentemente a los niños educados mimosamente en la casa, es precisamente en interés de su virtud. Es preciso temer, en efecto, que este carácter débil no sea demasiado fácilmente presa de las impresiones viciosas y que no exponga al joven novicio a las malas tentaciones. Es preciso que un joven, antes de dejar el abrigo de la casa paterna, antes de que se sustraiga a la tutela de su preceptor, haya adquirido una cierta firmeza de carácter y haya sido puesto en relación con los hombres para asegurar sus virtudes y no dejarle emprender un camino ruinoso, o arriesgarse en un precipicio fatal antes de estar suficientemente familiarizado con los peligros del trato social y poseer la firmeza necesaria para no ceder a las tentaciones. Si no hubiera este peligro que temer, no sería tan necesario combatir desde muy temprano en el niño la timidez y la ignorancia del mundo. El trato con los hombres le corrige rápidamente, razón más poderosa todavía para tener un buen preceptor en la casa. Porque si nos hemos de esforzar en darle un aire viril y una seguridad conveniente, es principalmente como una defensa de su virtud cuando sea llamado a gobernarse por sí mismo en el mundo.

Es, pues, absurdo el sacrificar su inocencia para alcanzar confianza y una cierta seguridad en gobernarse por sí mismo, en su trato con los niños mal educados y viciosos; porque el principal objeto que se persigue enseñándole firmeza y aun a sostenerse sobre sus propias piernas, es solamente para la conservación de su virtud. Porque si llega a suceder alguna vez el unir a sus vicios la confianza y la destreza, y a disfrazar sus torpezas, se perderá más seguramente de manera que será preciso o deshacer todos los hábitos que haya aprendido con sus camaradas y desembarazarlo pronto de ellos, o bien dejarlo correr a su pérdida. Los jóvenes no pueden dejar de adquirir seguridad, gracias al comercio de los hombres, cuando vivan con ellos, y esto debe ocurrir cuanto antes. Lo que más reclama nuestro tiempo y nuestros cuidados asiduos es el establecer en su espíritu los principios y la práctica de la virtud y la buena educación. Esta es la preparación (seasoning) que debe recibir de tal modo que no sea el borrarla fácilmente. De esto deben estar bien provistos; porque el trato social, cuando llegan al mundo aumentará su conocimiento y su seguridad, pero es también muy ocasionado a disminuir su virtud; es preciso, por tanto, que tengan una abundante provisión y que de esto su espíritu se haya epentrado profundamente.

Cómo pueden ser preparados para la vida social y dispuestos para hacer su entrada en el mundo, cuando estén maduros para esto, lo examinaremos en otro lugar. Pero no puedo comprender cómo un niño puede adquirir el talento del trato, social y el arte de resolver sus asuntos en el mundo por haber sido colocado en medio de un grupo de niños disipados, de camaradas de toda clase, por haber aprendido a querellarse a propósito del trompo, o a hacer trampas en el juego. Y es difícil adivinar las cualidades que un padre pueda esperar que sus hijos consigan en la sociedad de estos niños que reúne la escuela procedentes de todo género de familias. De lo que estoy seguro es de que todo el que pueda costear un preceptor y educar a su hijo en su casa, le asegurará mejor que toda escuela, maneras gentiles, pensamientos viriles, el sentimiento de lo que es digno y conveniente, sin contar con que le obligará a hacer mayores progresos en sus estudios y también que hará madurar más pronto al hombre en el niño. No es que yo intente censurar por esto a los hombres que dirigen grandes escuelas, ni piense menospreciar su misión. Hay gran diferencia en tener dos o tres discípulos en la misma casa o tres o cuatro veintenas de niños alojados juntos. Cualquiera que sea la habilidad y la actividad del maestro, es imposible que tenga cincuenta o un centenar de escolares bajo su mirada fuera de las horas de clase en que se reúnen todos. No se puede esperar que consiga enseñarles otra cosa que lo que está contenido en sus libros de estudio. Para formar su espíritu y sus maneras sería preciso una atención constante y cuidados particulares prestados a cada niño; lo cual es incompatible con una población escolar tan numerosa; y lo que, por otra parte, carecería de resultado (suponiendo que el maestro tuviese tiempo de estudiar y de atender a los defectos individuales y a las malas inclinaciones de cada escolar), puesto que el niño, durante la mayor parte de las veinticuatro horas de cada día, está necesariamente abandonado a sí mismo o al influjo pernicioso de sus camaradas, influjo más fuerte que todas las lecciones del maestro.

Pero observando los padres que la fortuna favorece con más frecuencia a los hombres intrigantes y atrevidos, se alegran de ver a sus hijos, muy pronto, vivos y emprendedores. Ven en ello un presagio feliz que les asegura el éxito y miran complacinetes las malas partidas que juegan a sus camaradas o que aprenden de ellos, como si por eso realizasen un progreso en el arte de vivir y de triunfar en el mundo. Pero yo me tomaría la libertad de decir quien pone los fundamentos de la fortuna de su hijo en la virtud y la buen crianza, toma el único camino seguro y garantizado. Y no son las travesuras o las diabluras usuales entre los escolares, ni sus maneras groseras, ni su habilidad en entenderse para devastar un jardín, lo que hacen hábil a un hombre; son los principios de justicia, de generosidad y de templanza, unidos a la reflexión y a la actividad, y estas cualidades no me parece que son las que aprenden unos niños de otros. Y si un joven educado en su casa no está más instruído en estas virtudes de lo que estaría en el colegio, yo deduciría que su padre no ha sido bastante feliz en la elección de su preceptor. Tomad un niño de los mejores de una clase de gramática y otro de su edad educado en la familia, y presentadlos juntos en la buena sociedad y entonces se verá quién es el que tiene las maneras de un hombre y se dirige con más soltura a los extraños. Yo imagino que la pretendida seguridad del escolar o bien le comprometerá o bien le faltará; y si es tal, que le capacita solamente para el trato con los niños, mejor estaría sin ella.

El vicio, si podemos creer las lamentaciones generales, madura tan pronto en nuestros días, y se desenvuelve tan temprano entre los jóvenes, que es imposible proteger a un niño contra el contagio invasor del mal si le abandonáis a sí mismo en un rebaño de niños, y si dejáis al azar o a su inclinación el cuidado de escoger sus compañeros. Por qué causas fatales el vicio, en estos últimos tiempos, ha hecho tan grandes progresos entre nosotros, y por manos de qué hombres ha llegado a un dominio tan soberano, dejo a otros que lo averigüen. Deseo que aquellos que se lamentan de la gran decadencia de la piedad cristiana y de la virtud y de la insuficiencia de la instrucción y de la falta de saber que caracteriza a los jóvenes de esta generación, hagan un esfuerzo para buscar los medios de restablecer todas estas cualidades en las generaciones siguientes. Y estoy seguro de que si los fundamentos de esta reforma no reposan sobre la educación de la juventud y sobre los buenos principios que se le proporciona, todos los demás esfuerzos serán superfluos. Y si la inocencia, la sobriedad y la actividad de las nuevas generaciones, no son cuidadas y preservadas, sería ridículo esperar que los que deben sucedernos en la escena del mundo, estén abundantemente provistos de esas cualidades de virtud, de habilidad y de cultura que han hecho hasta ahora a Inglaterra digna de consideración en el mundo. Iba a agregar que también el valor, pero esta cualidad ha sido siempre mirada como herencia natural de los ingleses. Sin embargo, lo que se ha hablado sobre las últimas acciones marítimas (1), de un género desconocido por nuestros antespasados me ofrece ocasión de decir que el vicio es la tumba del valor, y que una vez que las costumbres disolutas hayan sofocado el verdadero sentimiento del honor, la bravura no puede mantenerse ya en el corazón de los hombres. Creo que sería imposible citar un solo ejemplo de una nación que, por famosa que fuese por su valor, haya conservado su crédito militar y se haya mantenido temible para sus vecinos, una vez que la corrupción haya quebrantado y roto los resortes de la disciplina, y que el vicio se haya desenvuelto hasta el punto de osar mostrarse a cara descubierta y sin continencia.

Es, pues, la virtud, la virtud solamente, la única cosa difícil y esencial en la educación, y no una atrevida petulancia, o una habilidad para desenvolverse (2). Todas las demás consideraciones y cualidades deben ceder y posponerse a ésta. Este es el bien sólido y substancial que el preceptor debe convertir en objeto de sus lecturas y de sus conversaciones, y la labor y el arte de la educación deben llenar de ellos el espíritu, y consagrarse a conseguirlo y no cesar hasta que los jóvenes sientan por la virtud un verdadero placer y coloquen en ella su fuerza, su gloria y su alegría.

Mientras más progresos haya hecho un niño en la virtud, más aptitud tendrá para adquirir las demás cualidades. Una vez dispuesto, en efecto, a someterse a las leyes de la virtud, no es de temer que se muestre refractario o moroso en el cumplimiento de los demás deberes; y por eso yo no puedo dejar de preferir la educación doméstica, que se realiza ante los ojos de los padres, con el auxilio de un buen preceptor; este es el mejor medio y el más seguro de alcanzar el fin de la educación, siempre que la cosa sea posible y que se sigan, por otra parte, buenos métodos. Es raro que una casa no sea frecuentada por un gran número de personas: el padre habituará a sus hijos a todas las fisonomías que se presenten, y, en la medida de lo posible, los pondrá en relación con los hombres de talento y de buena educación. No sé por qué los que viven en el campo no han de llevar a sus hijos consigo cuando hagan a sus amigos visitas de cortesía. Lo que sé bien es que un padre, que educa a su hijo consigo, tiene más ocasiones de tenerlo en sus compañía, de darle estímulos cuando lo juzgue a propósito, de garantirlo todo contra el contacto de los criados y de las personas de condición inferior, que si educase a su hijo fuera. Reconozco que corresponde a los padres adoptar una decisión sobre este punto, según sus conveniencias y teniendo en cuenta sus circunstancias. Creo que es para un padre un mal cálculo no molestarse un poco por la educación de sus hijos; porque la educación, en cualquier situación de fortuna que se vea colocada una persona, es la mejor herencia que puede recibir. Pero si, después de todo, ciertas gentes creen que la educación doméstica tiene el inconveniente de no asegurar al niño bastantes relaciones sociales, y que la educación pública le proporciona, ordinariamente, las que no convienen a un joven caballero, habría todavía un término medio, a mi juicio, de evitar los inconvenientes que se encuentran de uno y otro lado.
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Notas:

(1) Locke alude a la lucha indecisa entre la flota inglesa y la francesa en Bantry Bay (1684), y a la derrota de las flotas combinadas inglesa y holandesa mandadas por el almirante Torrington, por los franceses mandados por Tourvile, en Beachy Head en 1690. Macaulay describe con viveza la alarma causada por esta desgracia naval.

(2)Shifting, es decir evasión, astucia, destreza.

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