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Desescolarización obligatoria.

La escuela universal nació para producir la clase de sujetos que los promotores del nuevo orden necesitaban, una institución no preocupada por el crecimiento de la inteligencia sino por su domesticación.

 ( El Periódico de Aragón - 17/10/2006 )

JOSÉ ÁNGEL Bergua. Sociologo. Profesor de Universidad.

Cuenta una vieja enseñanza budista que el maestro le dijo a su discípulo: "si me dices que este palo es de verdad te pego con él y si me dices que es falso también". A veces da la impresión de que muchos debates llevan a encerronas similares. Es lo que sucede, por ejemplo, con las discusiones acerca de si la escuela debe basarse o no en la autoridad. Si se echa un vistazo a la historia de esta institución está claro que estamos ante un falso dilema pues la escuela es, por definición, disciplina.

Según Aries, la aparición de las primeras escuelas, allá por el siglo XVI, supuso que el niño dejara de estar mezclado con los adultos. Lo llamativo es que por esa misma época se consideraron diferentes otras clases de individuos y también se sintió la necesidad de apartarlos. Es lo que sucedió con los niños expósitos, los vagos o mendigos, los locos, etc. Por lo tanto, la escuela formó parte de un plan disciplinario por el que se decidió poner a cada individuo diferente en su institución.

A partir del siglo XVIII el impulso disciplinario se desarrolló dentro de la escuela. Primero, se distribuyó a los sujetos en clases según ciertas características, como la edad. Después, dentro de cada clase se ensayaron distintos métodos de clasificación. Por ejemplo, se ordenó a los alumnos por filas y columnas atendiendo a variables tales como el nivel intelectual, la limpieza, la educación, etc. De este modo cualquier profesor podría saber exactamente las características del alumno por la posición que ocupaba. En tercer lugar, la disciplina se proyectó sobre el cuerpo de los alumnos. Por ejemplo, para imponer una posición concreta a la hora de escribir. Como decía un reglamento de la época, "hay que tener la pierna izquierda más adelantada que la derecha, debe haber dos dedos de distancia entre el cuerpo y la mesa, el brazo izquierdo debe estar, desde el codo, totalmente apoyado sobre la mesa", etc.

EL PLAN disciplinario que ha ido modelando la escuela también dispone de distintos métodos de vigilancia y control. Uno de ellos es, según Foucault, el examen. Su función es triple. Primero crear un campo documental y convertir a cada individuo en un caso susceptible de análisis. En segundo lugar, el examen permite clasificar y jerarquizar a los individuos. Finalmente, permite extraer un saber destinado al profesor acerca del modo como aprende el alumno. Sobre este saber se construirá la pedagogía.

Sin lugar a dudas, el momento más importante en la historia de la escuela es la promulgación de su carácter universal y obligatorio. La impulsaron las élites políticas e intelectuales de la Revolución Francesa para moralizar a las clases bajas y desactivar el peligro revolucionario. Así la defendió Jules Ferry: "Hay que acabar con las escuelas de la Iglesia porque permitir la libertad de enseñanza supone un peligro en la medida que permitiría a los revolucionarios de la Comuna abrir sus propias escuelas". En España, el Rector de la Institución Libre de Enseñanza dijo prácticamente lo mismo en 1901: "¿El movimiento social (obrero)?. No nos confundamos. Es vano acudir a la infantería o la caballería para poner fin a este mal. El problema social es el de la enseñanza integral, en virtud de la cual la masa indomable, solicitada por toda clase de tentativas entenderá y comprenderá sabiendo leer". Por tanto, la escuela universal nació para producir la clase de sujetos que los promotores del nuevo orden necesitaban.

No estamos entonces ante una institución preocupada por el crecimiento de la inteligencia sino por su domesticación. Por eso quien apuesta de veras por el conocimiento está obligado a desaprender lo que le han metido en la cabeza. Esto es más fácil hoy que en otro tiempo porque las sociedades son cada vez más dinámicas y heterogéneas, en consecuencia la compacta doctrina escolar resulta menos creíble y las ideas son despedidas por las neuronas más rápidamente. Hoy el conocimiento que más retienen niños y adolescentes les llega desde fuera de las instituciones. Principalmente de internet. La última fase en la construcción de la escuela tiene que ver con el desembarco de las ciencias psicopedagógicas. Al principio pedagogos, psicólogos, trabajadores sociales, sociólogos, etc. llegaron a la escuela para atender al inadaptado. Sin embargo, pronto su interés se orientó hacia todos los niños y todos fueron tratados como potencialmente desviados. De modo que hoy la vigilancia ya no la ejerce sólo el maestro sino un conjunto de especialistas que no dejan nada del niño en la penumbra. Además, la familia ha sido llamada a colaborar en el sistema de vigilancia total. Ningún adulto es objeto de tan intensa ni especializada vigilancia.

Pocos dudan que la escuela está en crisis. La proliferación de leyes y profesionales para apuntalarla, las bajas por depresión del profesorado, el buylling, etc, dan a entender que esa vieja institución en la que tantas esperanzas depositó la modernidad se tambalea. Para apuntalarla unos pretenden recuperar sus fundamentos disciplinarios. Otros, al contrario, olvidando la naturaleza de la institución, hace décadas que insisten en convertirla en un espacio de libertad y espontaneidad. Los resultados han sido desastrosos. Las experiencias de Summerhill en Gran Bretaña y Bonneuil en Francia son un claro ejemplo de esto. Ocurriría lo mismo si se quisieran transformar los manicomios, las prisiones, los centros de trabajo y otras instituciones disciplinarias similares en lugares de disfrute.

Cuenta una versión de la enseñanza budista mencionada al principio que el discípulo salió de la encerrona en la que le puso el maestro quitándole el palo y atizándole con él. Puso así de manifiesto que el problema no era elegir una otra respuesta sino la amenaza del garrote. En relación a la escuela, cada vez resulta más evidente que el problema no es ninguna de sus variantes sino la propia institución. Esto lo tenían muy claro ciertos analistas de los 70 cuando hablaban de "desescolarización obligatoria". Quizás haya llegado la hora de desempolvar sus ideas.

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